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  • Amigas – Día de Cata 2

    Un dia en la vida de Cata banner

    Si hay algo que gané en Miami, eso son amigas. En realidad no sé si el desarraigo nos ha unido a todas, o el simple hecho de ser mamás, o las dos cosas, pero la verdad es que en ellas he encontrado un bonito grupo de confidentes, consejeras y buenas compañeras de diversión. Somos muchas y, como en todo grupo, algunas somos más cercanas a otras.  Siempre se está sumando alguna nueva que llega a Miami, como nosotros hace algunos años atrás, o se incorpora alguna que vive aquí desde siempre pero llega porque es amiga de otra, y no faltan las que nos hacemos amigas porque nuestros hijos van juntos al colegio. Y así se van sumando grupos de Whatsapp a mi teléfono: el de las amigas que me hice de un lugar, el de las mamás de los compañeritos de Tomás, el de las mamás de los amiguitos de Sofi, el de las mujeres de los amigos de Julián, y los que tengo con mis amigas de siempre. Mi teléfono está on fire all day. A veces me divierte, y otras tantas quisiera arrojarlo al mar para que deje de vibrar (porque tengo todos los grupos silenciados, claramente).

    Hace un par de días estaba en el carro esperando a que sea la hora para entrar al colegio a recoger a Sofi y me entretuve un rato con el celular leyendo una charla entre dos amigas que hablaban entre ellas (todavía no entiendo por qué usan el grupo de 20 personas para una conversación prácticamente privada). Una de ellas preguntaba si alguna de nosotras podía recomendarle una nanny de confianza para que cuide a los niños dos veces por semana, de manera que le permitiera retomar sus clases de yoga. Otra de las chicas del chat, una mujer recientemente incorporada a este team virtual de mamis, le respondía que la suya tiene una prima que tenía un par de días a la semana libres, pero le decía también que en realidad ella no debería haber dejado su trabajo, que estaba loca por quedarse todo el día en su casa, que podría ir a yoga en el horario de almuerzo de su empleo. Pero, esta niña recién llegada se olvidaba que ese grupo estaba lleno de “locas” que se quedan en su casa (aunque decir “se quedan” es un tanto figurativo), y que ese tema de trabajar o ser mamá full time no es un topic apropiado en este equipo. No tardaron en saltar las defensoras de las mamás full time (digamos el 80% del chat), como yo, que pasamos horas y horas arriba del carro (o del carrito de golf) llevando a los niños al colegio, a fútbol, a tenis, a karate, a danzas, al doctor, al parque ¡y hasta a la luna si fuera necesario! Como se hizo la hora de buscar a Sofi, abandoné la riña whatsappera entre mamás de oficina y mamás full time. No era una novedad ese tema, es bastante recurrente. Hasta yo misma me lo planteo cada semana.

    De hecho, el fin de semana fuimos a una reunión con amigos de Julián, y la mujer de uno de ellos, que todavía no tiene hijos, comentó que ella jamás dejaría su puesto por criar hijos, que eso no es para ella, que ama su profesión y bla bla ba. Más o menos lo que decíamos muchas de nosotras antes de meternos en este asunto de tener una familia. Y, en un momento de su monólogo “pro vida profesional”, se dirige directamente hacia mí, con su cara fresca y radiante de haber dormido ocho horas de corrido, con su manicure inmaculada, su pelo brillante y perfectamente domado y me pregunta si antes de tener a Tomy yo trabajaba. Fue como una brisa helada en la cara. La miré, respiré profundo, conté hasta diez (ya no era una espectadora de Whatsapp que se reía de la discusión ajena entre una workaholic y una pobre mamá sin tiempo de respirar que solo quería recuperar sus clases de yoga), y en esos segundos recordé mis épocas doradas como oficinista y lo ingrata que fui con mi trabajo antes de renunciar. Me quejaba, odiaba levantarme temprano, tomar un tren para llegar a la empresa, vestirme con tacones y maquillarme todas las mañanas, ¡qué nostalgia! ¿De qué me lamentaba, por Dios? Ahora me levanto más temprano, apenas si llego a lavarme la cara, los tacones son un objeto de deseo, maquillarme es un lujo y no tomo tren pero soy taxista de mis hijos.  Entonces, le sonreí y le dije que sí, que trabajaba en una oficina, pero que la cambié por un empleo multitasking que incluye ser chofer, para llevar a los niños de un lado al otro (¡y a tiempo!); chef, de sus platos favoritos y experta en malteadas y chocolatadas; maestra, para explicarles el homework y chequear que lo hagan bien; policía-detective en el parque cuando juegan con otros niños; malabarista, cuando bajo del carro con bolsas, juguetes, maletines, cochecito, cartera, llaves, papeles y botellas de agua; y otras tantas tareas que el día que tu tengas hijos vas a descubrir. Se hizo un silencio, todos estaban oyendo mi descargo de vida de mami 24/7, me había convertido en eso que tanto criticaba cuando escuchaba a mi hermana mayor hablar de sus tareas cotidianas. Tareas que hoy no cambiaría por nada del mundo, porque nada me hace más feliz que despertarme a la mañana con un abrazo y un “buen día mami”, o con un dibujo “pop art” que me trae Tomy del colegio en el que de estamos Julián, Sofi, él y yo en forma de palitos.

    Cada vez que me preguntan, o que me pregunto, si extraño mi empleo de oficina, me hago el mismo planteo: ¿y si vuelvo al ruedo? No sabría cómo rearmar mi resume, ¿acaso lo que vengo haciendo los últimos años no cuenta? Entiendo a las defensoras del trabajo mamá full time (porque soy una de ellas) y también comprendo a las que aman salir de su casa (porque también pertenecí a ese grupo). Pero la verdad es que aun no me animo a dar una respuesta definitiva a ese interrogante.
    ¡Hasta la próxima semana!

    Cata

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