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  • La Nanny – Día de Cata # 3

    Un dia en la vida de Cata banner

    TODO indicaba que mi vida había vuelto a su ritmo normal y mis días marchaban sobre ruedas. Los niños habían retomado sus hábitos de sueño y ya no luchaba para que se fueran a la cama ni para levantarlos por las mañanas, Tomy estaba feliz con sus tardes de fútbol y había aceptado el trato de hacer el homework a cambio de poder ir a jugar a la casa de su amigo Santi; Sofi, después de algunos intentos fallidos, llantos y siestas en el auto, ya se quedaba en sus clases de danzas, y Julián y yo volvimos a tener nuestros viernes a la noche, solo para los dos, ya que Lili se quedaba en la casa para cuidar a los niños, y a cambio se tomaba un día a la semana libre. Pero, el lunes a la mañana, cuando regresé de dejar a los niños en el colegio, me senté en la cocina a tomar un café, que a propósito estaba delicioso, y una noticia pésima terminó con mi felicidad temporal (y con mi rico café): Lili había conseguido un empleo de lo que ella había estudiado y dejaba de trabajar con nosotros. Así, como un balde de agua helada, sin anestesia. En realidad era algo que tarde o temprano iba a suceder, ella me lo había dicho desde el primer día que entró a mi casa, cuando yo estaba embarazada de pocos meses de Sofi. Pero fueron pasando los meses, los años, y Lili pasó a ser como parte de la familia, y una parte fundamental en el día a día. Los chicos la querían y, lo más importante, le hacían caso, además era puntual, no recuerdo que se haya enfermado más de dos veces, cocinaba delicioso, hacía las tareas de la casa y confiaba plenamente en ella.

    ERA una buena noticia, debería haberme alegrado, finalmente Lili iba a poder desarrollarse en su profesión. Pero no me alegraba (aunque le demostré totalmente lo contrario), más bien se me venía el mundo abajo, o, mejor dicho, el mundo entero caía encima de mí. ¡Como cambian las prioridades! Cuando era joven y soltera lo único que me importaba en el mundo era que Julián, en aquel entonces el muchacho por el que suspiraba de tan solo verlo (ahora también, ¡claro!) me llamara por teléfono. Hace algunos años atrás, ya casados, cuando aun no teníamos hijos, lo que más nos quitaba el sueño era poder comprarnos una casa. Y hoy, lo único que quería era que mi vida continuara así tal cual, con mis horarios ordenados, mis hijos contentos, mi marido con sus camisas planchadas y Lili en casa, detrás de todo eso que mencioné.

    ME quedaba una semana de esa vida ideal. Tenía que empezar cuanto antes con el casting de muchachas. ¡Qué pereza, por Dios! ¿Cómo iba a hacer para confiar en alguien otra vez? Si Lili tuviera un clon, o una hermana, o una prima, aunque sea lejana… Pero no, tenía que buscar un reemplazo urgentísimo.
    Lo primero que se me ocurrió fue preguntar en el chat grupal de mis amigas, y también en el de las mujeres de los amigos de Julián. Y no tardaron en alborotarse ambas charlas. Las solidarias de siempre que me pasaron los teléfonos de algunas que habían trabajado en casas de conocidas y  que eran “superrecomendables”, las que casi me daban sus condolencias, y las venenosas que sugerían que no contratara a nadie, que me ahorrara ese dinero, si total estoy todo el día en mi casa. Esas son las mismas que dicen que sus hijos a las 8 están comidos y durmiendo, que siempre saludan cuando van a un lugar porque así les enseñaron, o que a sus hijos no les gusta la Coca Cola y que jamás le pegaron a otro niño en el parque. Así que no contesté, al menos no lo que hubiera querido, y solo agradecí a las que habían pasado datos concretos.

    ME limité a llamar a las señoras que me habían recomendado, y a una que Lili me había aconsejado, pero a esa no la pude ubicar y no quise dejar mensaje en el contestador. Las fui citando a lo largo de la semana para entrevistarlas. La primera me cayó bien, llegó con uniforme de trabajo, como el de las enfermeras pero color verde. El pelo recogido, educada, con dos hijos grandes y experiencia con niños. No cocinaba y no le gustaba mucho la idea de quedarse los viernes a la noche. Y era demasiado seria. No era Lili… A la segunda entrevistada la descarté directamente apenas le abrí la puerta. No dejaba de chatear con su celular para saludarme y pasar a la casa, y mascaba chicle. Y, como si fuera poco, quería poner condiciones de horarios y no planchaba. ¡Adiós!

    LA tercera y la cuarta me gustaban, tenían las características de la primera, sin el uniforme, una sí cocinaba, y la otra no tenía problema con los viernes, pero tenían otros trabajos en los que les pagaban mejor y no podían dejarlos, y sus horarios acotados no me servían. ¡Qué difícil era encontrar otra Lili! No se imaginan el estrés de esta semana. Estuve como si me hubiera dejado un novio en la adolescencia. Julián ni se preocupaba, él daba por sentado que yo iba a poder resolver esta situación y que iba a estar todo bien. Y los niños aun no se habían enterado. ¿Será traumático para ellos? ¿Les digo ahora o cuando Lili se haya ido? Otra vez consulté a uno de mis chats, pero esta vez al de mis amigas de toda la vida. Más de una se rió a carcajadas de mi drama, que visto de afuera parecía una bobada, pero para mi seguía siendo el mundo cayendo por las escaleras. Vale, una de mis más amigas, pasó por esto más de una vez, y me dijo que no lo convierta en un drama, que los chicos se adaptan a todo mucho más rápido que nosotros los adultos. Que quizás les parezca raro los primeros días, pero que eso no los iba a afectar, al menos no tanto como a mí. Ok, no les diría nada hasta el último día entonces. Pero necesitaba  seguir con mi casting de muchachas.

    RECORDÉ que no había contactado a la señora que me recomendó Lili, así que la llamé y esta vez sí atendió el teléfono, y la cité. Marta llegó puntual y con sus mejores ropas. Se notaban sus ganas de trabajar, solo le había quedado un trabajo de medio tiempo los martes, porque los dueños de la casa en la que trabajaba se habían mudado a Weston, y tenía demasiado tiempo de viaje. Era una señora de unos 45 años, con una hija grande que ya vivía sola con su novio. Cocinaba, aunque ese no era su fuerte, si había que planchar lo hacía, y no le molestaba quedarse los viernes. De nuevo, no era Lili, pero era lo más cercano que había encontrado.

    MI vida volvía a adquirir cierto equilibrio, o mi cabeza al menos.
    Julián feliz, porque con mis sentidos en armonía volvía a prestarle atención y a ser más cariñosa, y terminaba de una vez con el monotema del apocalipsis post-Lili.

    LA semana que viene empieza a trabajar Marta y tengo más nervios que los días previos a mi graduación. ¡Tengo que volver a yoga urgente! Mientras tanto, me tranquiliza contarles todo a ustedes. ya tendrán más novedades.
    ¡Hasta la próxima!
    Cata

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