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  • Me encanta Miami – Cata #10

    Me encanta Miami en abril. El clima es ideal, todavía no empezaron las lluvias, los días son más largos (lo justo y necesario como para que los niños no quieran acostarse tardísimo), el spring break, la Pascua y el torneo de tenis quedaron atrás, y con ellos el aluvión de gente que visitó la ciudad y todo parece recuperar cierta tranquilidad. En mi casa sucede algo parecido, volvimos a la normalidad, no más viajes ni visitas familiares por un tiempo. Si lo pienso en profundidad me da nostalgia, pero la verdad es que me alivia sumergirme en la rutina por unos meses.

    Tengo una larga lista de cosas por cumplir, ¿recuerdan? Esa que armé para estar animada en mi regreso. Bueno, por ahora no lleva muchos checks. Así que el martes, después de que dejé a los niños en el colegio, fui al Miami Dade College a averiguar por el curso de realtor. Mientras una señorita me contaba cómo eran las clases y las opciones que tenía, sonó mi teléfono: del colegio de Sofi. Y la felicidad de la tranquilidad se terminó. Parece que lloraba, que se sentía mal del estómago o algo así, y me pedían que fuera a buscarla. Los astros no estaban de mi lado esa mañana. Le pedí disculpas a la señorita que me atendía, me llevé unos folletos para analizar las posibilidades y volé hasta el colegio. Cuando llegué estaba dibujando muy tranquila, pero me vio y se largó a llorar. Vino corriendo y me abrazó. En ese momento sospeché que no le dolía nada, que era puro teatro, y la teacher después me lo confirmó: “parece que te extraña”. ¡Si me vio hace dos horas! ¡Socorro! Las horas de colegio son sagradas, son MIS horas. Siempre pasa algo y dejan de serlo, pero ese era un día fabuloso, me había decidido a empezar a cumplir con mi lista de cosas que quiero (y tengo) que hacer, no podían ser interrumpidas una vez más. Le propuse a Sofi quedarse en el cole un rato más, pero no pude negociar, quería venir conmigo sí o sí. El jueves tengo la charla de Disciplina Positiva en Brickell & Key Biscayne Moms, y no me la voy a perder por nada del mundo. Es más, le aclaré a la teacher que si sucedía lo mismo con Sofi, que no me llamara. Suena cruel, pero las charlas en la casita son geniales, y es uno de los pocos momentos que tengo para charlar y tomar algo con mis amigas mamás. Además, en esa charla quizás está la clave para que los niños me hagan más caso.

    Ese día me recibí de Uber. Pasé más tiempo arriba del auto que con mi esposo. Porque, después buscarla a Sofi y llevarla a casa, tuve que recoger a Tomy y llevarlo a fútbol, y después tuve que recoger a Julián, porque se fue con un colega y no llevó su carro. Definitivamente conduje más que un chofer de taxi ese día. A veces paso tantas horas en el carro que pierdo noción de lo que estoy haciendo. Porque en el auto, mi lugar, mi bunker, planeo cosas en mi cabeza, escucho mi música (nada de Disney, cuando voy sola, claro), respondo mensajes (eso siempre en parking), y hasta como cosas ricas, esas que no quiero que los niños siquiera conozcan. El otro día caí en la tentación de unas doughnuts. Son un contenedor de calorías, ya lo sé, ¡pero deliciosas! Los niños no las probaron aun, y no quisiera que lo hagan. Quizás el día que coman verduras, como premio, pero por ahora no sabrán lo que son.

    Ah, después del último bocado, una amiga me envió un mensaje invitándome a hacer Paddleboarding, como si me estuviera espiando y me invitara a quemar todas esas grasas. Siempre me gustó ver a esa gente en la playa que rema parada en una tabla, pero nunca se me había ocurrido hacerlo. ¿Mi respuesta? ¡Un sí! ¿Por qué no? ¿Qué le hace un ítem más a mi lista? Para este ítem tenía una aliada. La condición fue que lo hiciéramos el fin de semana, así Julián me ayudaba con los niños. ¿Lo lograré? Lo sabrán la próxima.

    Cata

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